El icono de el Divino Niño es exportado y reconocido como un producto netamente colombiano que tiene la capacidad simbólica de contener la nación. Rivas conduce esta divertida historia donde conoceremos su origen, las pasiones que despierta y la forma particular en que el pueblo colombiano se ha apropiado de este símbolo, que ya hace mucho tiempo superó su connotación religiosa y ahora está en estampillas, billetes, obras de arte y hasta con las orejas de Mickey mouse como el "divino baby".
Es un divertido y nostálgico recorrido por la historia de esta prenda- símbolo que tiene uno de los orígenes más inciertos, lo que se hace evidente a través de las reflexiones como las que Pilar Castaño, Alfredo Molano y Jorge Veloza hacen acerca de su aparición. Rivas, nos muestra cómo los artesanos, desde muy chiquitos, aprenden a hilar y a tejer las ruanas que han acompañado a colombianos de todas las edades y estratos sociales. Los beneficiarios de la ruana nos cuentan los muchos usos que le dan: es antibalas, impermeable, refrigerante, almohada, cobija, mantel, cama, hamaca, instrumento de trabajo, alcahueta y además una prenda de alta costura. La ruana hace mucho que dejó de ser de uso exclusivo del pueblo raso, para convertirse en una prenda que aparece en las pasarelas de pueblos como Cucunubá y de ciudades como París.
Entre muchas cosas, todos los países tienen como símbolo de identidad la música. En Argentina el tango, en España el pasodoble, la ranchera en México y el son en Cuba. El ritmo musical que identifica a cada país permanece en el tiempo, casi nunca cambia, en Colombia no nos sucedió lo mismo. Por muchos años el bambuco, nos identifico adentro y afuera, pero luego fue desplazado por la cumbia, que a su vez hoy, ha sido desplazada por el vallenato, una música que no a todos nos gusta, pero con la que todos nos sentimos plenamente identificados y con la que el mundo entero ha comenzado a reconocernos. Desde Valledupar, cuna de este ritmo, Rivas hace un recorrido con protagonistas de la nueva y la vieja ola, con músicos, aprendices de músicos y herederos de juglares y acompañado de caja, guacharaca y acordeón nos cuenta de su historia, sus "sonsonetes" y de su evolución.
Aunque no creamos de verdad, verdad, que el trago extranjero es caro y no sabe a bueno, y que todos queremos siempre “lo de mi tierra primero”. Es innegable que pocos sabores evocan tanto la patria, como el sabor de un trago de aguardiente. Cuando se está aquí, cada uno dice que el que mejor sabe es el de su región. Pero cuando se está lejos, “el tapa roja”, “el antioqueño”, “el blanco” o “el cristal”, saben igual. Cualquiera de estos es el más suave, el que menos guayabo da, el que menos daño hace, el que no cambio por ninguno… Rivas arrancando desde el eje cafetero hace un recorrido por cantinas, fiestas de pueblo, licoreras y rumbeaderos, en el que nos muestra sabores y sinsabores de los consumidores de esta bebida.
Macondo más que un pueblo, es el país descrito a través de mil voces e imágenes, es una metáfora de nuestra diariedad. Es quizás la mayor abstracción que se ha hecho de Colombia. Tal vez por eso, está vigente en cualquiera de los más de mil municipios de nuestra geografía y también en Bogotá. A través de testimonios de gente del común y expertos, no tan expertos de propios y foráneos, corporizaremos este símbolo tan intangible, que se ha convertido en el reflejo de nuestras maneras de ser, de crear, de sentir y de pensar. Macondo existe, es una materialización de nuestro caos, de nuestro conflicto, de nuestras amarguras y alegrías. Es un pueblo en donde la realidad supera la ficción. Macondo existe y se parece mucho a lo que se describe como el país del Divino Niño.
"Me tocó criarlo a punta de pura aguadepanela", "con una aguadepanelita se le quita ese frío", "arrópese bien y tómese una aguadepanela caliente con limón y verá como se le quita esa gripa". Quién no ha escuchado a alguna madre de nuestro país (o a la suya!!!) pronunciar alguna de estas frases. Rivas arranca su recorrido por este símbolo desde un trapiche santa-boyaco y nos muestra, recetas, usos, orígenes, historias y la problemática a la que se enfrentan los productores paneleros.
Este símbolo tiene grandes detractores, no por sus orígenes, sino porque muchos lo relacionan con un producto mediático del gobierno de turno, pero los mismos detractores reconocen todo el valor y la laboriosidad que encierra esta prenda artesanal. Santiago, desde Tuchín, un municipio del departamento de Córdoba, considerado la cuna del sombrero vueltiao, nos cuenta cómo esta prenda se fue metiendo de a poquitos y se quedó en el corazón de los colombianos y es innegable que a pesar de ese aire de símbolo impuesto, es una pieza que habla de un pueblo, de una región y que está cargada de historia, de geografía y antropología
El fútbol profesional en nuestro país ha servido de contrapunto a la violencia desde su inicio, para comenzar el primer torneo profesional se jugó en el 48, año del bogotazo, y aunque no podemos hablar de que es un espejo del país, un partido de fútbol es un ritual en donde nos reconocemos y uno de los espacios que más nos convoca y nos encontramos. Ponerse la camiseta es echarse el país en hombros, y de nuestras derrotas han salido freses como la de "perder es ganar". Ojalá que todas las pérdidas que hemos tenido sean puras ganancias y no nos hayamos dado cuenta. Desde un camerino, Santiago, en compañía de algunos jugadores criollos, nos cuenta pormenores acerca de la camiseta de nuestra selección, que como están las cosas hoy en día, no hay muchos que quieran ponérsela.
Este género popular hibrida muchos otros; los corridos prohibidos incluyen canciones de despecho, "narco-corridos", "para-corridos" y "guerri-corridos". Este género surge como un documento popular en todos los rincones del país, que abarca ideologías, amores y desamores de todos los tintes, y que maneja una ética y tal vez una estética, muy particular y cuestionada desde muchas esferas, pero con innegable arraigo e identificación masiva. Desde La Vega, Cundinamarca, y recorriendo algunos otros lugares, Santiago nos habla de los ritmos y las letras de estas peculiares canciones, en donde además nos contará de sus vicisitudes, sus sinsabores y los conflictos que ha enfrentado.
El Magdalena es un río memoria, un importante escenario de intercambio cultural y regional. Nuestro país se tejió en sus riberas y fluye como sus aguas entre la vida y la muerte, el dolor y la esperanza, la alegría y la tristeza de lo que fue y nos espera. Nuestro río grande, es tal vez el símbolo con presencia más fuerte en nuestro país. En sus orillas se ha asentado el 80% de la población colombiana. Este capítulo es un recorrido por su riqueza y diversidad cultural, pero también aborda de cierta manera los conflictos que han vivido sus aguas, sus orillas y sus ribereños. Partiendo desde Girardot y en compañía de Germán Ferro, quien a través de sus investigaciones ha hecho un seguimiento a la historia y transformaciones del río, navegaremos desde su desembocadura, hasta bocas de ceniza.
Colombiano que haya consumido chocolatina en los últimos 45 años se ha encontrado y ha visto por lo menos 1 de las 508 láminas del álbum jet, y que son una especie de mito urbano ¿Cuál era, o es, la más difícil? ¿El dodo? ¿La mantis religiosa? ¿El nenúfar? Es extraño pensar que muchas generaciones han crecido buscando una de sus láminas. Que existen iniciados en el asunto. Y también que hay padres que comenzaron a llenarlo y sólo sus hijos logran completarlo. Haremos un nostálgico recorrido por la historia, y las historias tejidas alrededor de este álbum. Es un capítulo lleno de romances, de reencuentros, de conflictos y de anécdotas divertidas que cualquier escritor de telenovelas "incavenecoaztecas" envidaría.
Boyacá será el epicentro de este recorrido, que se ir{a alternando con el distrito verde de Bogotá, ubicado entre la carera octava y la plazoleta del Rosario y la av. Jiménez y la calle 11, el lugar en donde todos los días se negocian millones de pesos en piedras, sin que existan estadísticas reales de cuánto se producen por estas negociaciones y los muertos que ha generado su guerra. Santiago recorre socavones y calles en un recorrido, no muy alegre, en el que nos cuenta acerca de la explotación y comercialización de éste símbolo, en donde el sudor de guaqueros se mezcla con su sangre, y en donde el azar es la única certeza.
El capítulo lleva el nombre de la obra con que el artista plástico Bernardo Salcedo tituló su obra sobre la destrucción o no existencia de nuestro escudo nacional. Lección #1 es quizás, la más polémica obra del arte contemporáneo en nuestro país, tal vez por referirse a nuestro escudo, un símbolo oficial, impuesto, y hoy en día, tal vez el más cuestionado. Hablaremos de su historia, su contenido, su diseño y sus transformaciones (una muy reciente). Mostraremos las propuestas hechas por artistas y diseñadores para su reforma, en donde salió ganadora la propuesta hecha por Carlos Duque, propuesta que aunque tiene muchos defensores, para muchos, lo único que logró, fue borrar toda memoria pictórica y gráfica del escudo y poner uno, de nuevo rico, limpio y reluciente pero vacío de contenido y sin ningún tipo de carga histórica.
Buenas y santas las tengan susmercedes. Vamos a hablar de un símbolo que se ha discriminado y que literalmente ha sido tratado con las patas: la cotiza o alpargate. Nuestro calzado, símbolo, olvidado y vilipendiado, que para la mayoría de los colombianos es sólo un artículo artesanal, y para otros, un accesorio más, que hace parte de los trajes típicos regionales. Pero déjennos decirles que su uso sigue siendo frecuente en algunas regiones de Colombia; es una prenda que inmediatamente nuestra gente bonita de las ciudades la relaciona al campo y a la ruana. Eso tal vez se deba a que somos un país tan arribista, que todo lo que tenga origen o arraigo campesino o indígena es menospreciado.
El deporte se hace presente en Los puros criollos gracias al tejo, juego milenario practicado por los indígenas que habitaron lo que hoy es el municipio boyacense de Turmequé, quienes emulaban con el lanzamiento de discos de oro macizo el recorrido del sol sobre sus montañas. Aunque algunos creen que es una actividad para borrachos, muchos lo consideramos el deporte nacional, al ser Colombia su epicentro y por la creciente práctica que tiene en diferentes edades y regiones del país.
Este capítulo habla de una comida popular y sabrosa que no se originó en estas nobles tierras sino que llegó con los españoles, y que aunque se consume en toda América y podríamos decir que en todo el mundo, nosotros la adoptamos y la transformamos, hicimos su versión criolla: la empanada chibchombiana. Y eso sí, les aseguramos que no hay habitante de estas tierras que no crea que la mejoramos, y que la nuestra es la más rica, de aquí a Pekín. Estamos seguros de que tan pronto termine este capítulo, todos ustedes saldrán corriendo a comerse una crujiente y apetitosa empanada, que no solo es el alimento bandera en tiempos de guerra, sino símbolo graso de nuestro paladar criollo. Buen provecho.
Aunque en todo el mundo la gente se muda, no podemos negar que el trasteo se quedó a vivir en este país y hace parte de nuestra vida social y política. Veamos algunos ejemplos: María del Pilar se trasteó a Panamá, el doctor ternura se trasteó no sabemos adónde, Uribe trasteó a los paras para Estados Unidos, las FARC se trastearon para el otro lado de la frontera, en cada elección que hay en nuestro país hay trasteo de votos, la plata de la salud se la trastearon… Pero bueno, no es de esos trasteos tan sofisticados de los que venimos a hablar, sino de los que se realizan en estos vehículos a punto de desaparecer y a los que queremos hacerles un homenaje: las zorras y los camiones de acarreos, que hacen parte de nuestro paisaje urbano y de la memoria colectiva de los colombianos y las colombianas.
Este capítulo es un relato polifónico en el que orgullosos colombianos de varias generaciones cuentan todo lo ocurrido en torno a un objeto legendario, origen de una de las más grandes grescas de nuestro país. La trifulca generada por la rotura de El Florero de Llorente es sin duda el hecho histórico que más conocemos los colombianos, gracias a nuestras maestras de primaria, y a que el suceso desembocó en el acto fundacional de nuestra patria.
De júbilo nos llenamos al presentar este símbolo. Pero antes de continuar, les pedimos el favor a los que están acostados, sentados o en cuatro que se pongan de pie, a los que tengan sombrero, peluca o peluquín que se los retiren, los que estén a caballo tomando tinto, por favor apéense... en pocos minutos comenzará a sonar el “disco” más escuchado y tarareado en nuestro país, y no solamente porque en todas las emisoras suena dos veces al día. Se trata de nuestro himno nacional, un símbolo que perdura por tradición, por ley y sobre todo por terco… pues, junto a la bandera y el escudo, el himno hace parte de nuestros símbolos patrios oficiales, y frente a eso no hay nada que hacer, gústenos o no; ese es, y como la madre, himno no hay sino uno, y con disgusto para muchos, al parecer, seguirá inmortal.
¡¡Cerdo, puerco, chancho, marrano, cochino, guarro, lechón!! El programa de hoy va a resultar poco atractivo para los vegetarianos. Los nutricionistas nos podrán acusar de intento de homicidio. La sociedad protectora de animales protestará por el crimen y los judíos nos acusaran de sacrílegos. Pero no importa, son riesgos que nos atrevemos a correr porque en un país pluri, multicultural y plurigastronómico como el nuestro, el plato símbolo de este capítulo, a pesar de sus más de mil calorías, su abundante grasa y de las prohibiciones médicas, tiene muchos adeptos, fanes y apasionados consumidores, que por obvias razones la prefieren por encima de un saludable brócoli o de una inofensiva ensalada de lechugas. ¡¡Que viva la lechona!!
Una encuesta reveló hace algunos años que para los colombianos el primer evento cultural del país es su reinado nacional de belleza; nos identificados con él y con los más de 150 que se celebran en nuestro país. A muchos les puede parecer banal, cursi, ligth, pero es innegable que las reinas son un símbolo de nuestra amada patria; aunque no tengamos monarquía es innegable que somos un país de reinas.
Este capítulo es sobre un símbolo que, con mucho filo y potencia, se relaciona con nuestro trabajo del día a día, con la configuración geográfica de Colombia y con nuestras luchas, históricas y presentes. El machete es el brazo de acero de este país tan trabajador, tan pujante y a la vez tan violento que representa nuestra parte más astuta y adaptable, pero también la más violenta e irracional de todas.
Es posible que un picó no les diga nada a nuestras mamás ni emocione a nuestras abuelitas, y es posible que para mucho cachaco, paisa, pastuso o boyaco estas potentes máquinas de sonido no representen lo más puro de nuestro espíritu criollo. Pero, más allá de apreciaciones subjetivas, no podemos negar la fuerte carga simbólica y cultural que estas fábricas de sonido tienen en nuestro país. El picó es un sistema sonoro costeño que no hace sonar la música, sino tronarla. ¡¡Suénalo!!
La mochila es tal vez el elemento indígena que más ha perdurado en nuestro país. Las hay tan diversas como zonas en Colombia hay; se tejen en diferentes colores, formas y materiales. En los últimos años han cobrado más auge, convirtiéndose en un elemento fashion o chic. En este capítulo se indaga sobre la mochila: su historia, proceso de elaboración, sus diseños e industria, especialmente de las que tiene más tradición: la arhuaca y la wayúu.
Siempre estamos a la espera de una chiva. La chiva que nos llega tiene que ver con muchos colombianos y está ligada a su trabajo, a su cotidianidad, a su forma de producir y celebrar. Y la vamos a soltar: ¡la chiva que llega es la chiva!... ese pintoresco bus escalera de fabricación totalmente artesanal y elaborada decoración que en muchos municipios y regiones del país sigue y seguirá trasteando corotos y bultos como pasajeros y a pasajeros como si fueran bultos.
Venimos con toooda, con mucha adrenalina, y con un poco de informalidad. Vamos a hablar de una práctica de transporte informal, que si bien no podemos afirmar que es un símbolo patrio, se ha vuelto tan recurrente que hace parte del paisaje de nuestras ciudades intermedias y no tan intermedias, en donde le robaron protagonismo al transporte urbano de buses, busetas y sobre todo de taxis. Nos referimos al mototaxismo o rapimotismo, una práctica laboral repudiada por muchos y amada por los que prefieren andar veloces frente al desempleo y de paso “no quedarse con los crespos hechos”.
Este capítulo indaga en una de las publicaciones que si bien es de origen gringo, es una de las más antiguas que se distribuyen y consultan en Colombia: el Almanaque Imprescindible de Bristol, librillo de edición anual que ha acompañado a más de una generación de colombianos en la toma de decisiones acerca de la agricultura, la pesca, el futuro, la belleza capilar, etc. Colombianos de diferentes regiones opinan sobre esta publicación, conocida como la biblia de los campesinos.
Salud y alegría, nostalgia y sabor, pero no de esa comida ni de esos platos que preparaban la abuela o la mamá, sino de música. Esa música que ellas bailaron y que durante décadas acompañaron las celebraciones familiares, las fiestas populares, y que aún escuchamos tooodos los fines de año. Y no hablamos de los villancicos, sino de la música tropical bailable, el chucuchucu, la raspa… llámenla y báilenla como quieran. Lo cierto es que es innegable su arraigo criollo y su sabrosura, y como diría la abuela: ¡¡el muerto al hoyo y el vivo a parrandear!!
Cargado de buena energía, potencia y fortuna llega este capítulo. Y ojo, no es que queramos pasar por algún Salomón o Wálter Mercado; simplemente es porque vamos a hablar de brebajes, pócimas, yerbas, alimentos y todos los menjurjes que los colombiano usan para alcanzar el éxito y la prosperidad o para tener un mejor desempeño sexual en la cama, la sala, la lavadora, el ascensor o donde quiera que su creatividad le dé.
Este es un capítulo de nuestras raíces. Pero no de nuestras raíces en general, sino de una en particular, la más famosa y apreciada: la papa. Sí señores, como diría el cónclave vaticano, “habemus papa”. Este tubérculo es uno de los alimentos de mayor arraigo y tradición en Colombia y uno de los más consumidos en el mundo. Desde el momento mismo que empezamos a comer de sal o de dulce, eso va en gustos, y aquí respetamos las opciones sexuales, aparece la papa: la primera comidilla que nos dan cuando bebés es la “papilla”, y de ahí en adelante la papa siempre aparece en cualquiera de sus infinitas presentaciones.
El Sagrado Corazón, originario de Francia, es un símbolo religioso que nos ha acompañado desde el siglo pasado como protector y garante de la paz, en un país tan católico como Colombia. En el capítulo se analiza su nacimiento, apogeo y pérdida de importancia para el país, relacionada con la Iglesia del Voto Nacional y con los inconvenientes que ha enfrentado con un estado laico que legalmente no lo puede reconocer como el patrón de los colombianos.
Aunque no es una práctica exclusiva de nuestro país, es innegable que el rebusque hace parte de nuestra formas de ser, sentir y sobrevivir. El rebusque está presente en todas nuestras clases sociales, razas, géneros y edades, pues desde niños se nos vende la idea de que un colombiano no se vara y es echa’o pa’lante. Y puede que sea cierto o que así debería ser, pero la frasecita es de doble filo, pues nuestros capos y nuestra clase política, que a veces se encarnan en la misma persona, la han tomado muy al pie de la letra y han hecho del rebusque una práctica non sancta. Pero no es del rebusque de nuestra clase dirigente del que vamos a hablarles, sino del rebusque de gente mucho más decente, del rebusque de la gente de a pie, que recurre a su ingenio criollo y se inventa lo que sea para poder sobrevivir.
¡Entuuusiasmo, arriba ese ánimo!, porque nos vamos de celebración, y en Colombia siempre hay motivos para celebrar: coronar un cargamento o una falsa desmovilización, no perder la curul a pesar de estar preso, la adjudicación de una notaría, la echada de la plancha en la casa, y la preferida entre nuestra clase dirigente: la celebración indebida de contratos. Pero también tenemos celebraciones ingenuas y rosa, como la de las fiestas de 15 años. Las insufribles e impersonales fiestas de 15, que aunque no son una costumbre exclusivamente colombiana, es la que más evidencia el espíritu criollo, y no el espíritu criollo a secas, sino el espíritu criollo arribista. Pues están rodeadas de un protocolo que incluye valses, tiaras, vestidos rococó, tronos y una corte militar con sables, que ni Bolívar ni Uribe ni siquiera Simbad la tuvieron.
Recorrido por todo lo relacionado con el Renault 4, un pequeño carro francés que adaptamos y apropiamos como si fuera nuestro, a tal punto de haber recibido los motes “el carro colombiano” y “amigo fiel”. Hubo al menos uno de estos carros en nuestras familias o conocemos a alguien que tuvo uno. Muchos aún ruedan por las carreteras del país, algunos con adaptaciones o toques personales.
Es un disco, pero no se baila, es un disco, pero no suena en ninguna emisora, es un disco pero no es de música, sino de masa de maíz. Es un alimento que para unos resulta bastante insípido y para otros es apetitoso e infaltable. Así que sépale al que le sepa, o incluso no le sepa, no es de arepa que la arepa sea representativa, porque es nuestro plato indígena por excelencia, que sobrevivió por los siglos de los siglos. La arepa es indígena ciento por ciento como Rojas Birry, la Gaitana o la india Catalina, que nunca nos ganaremos con este pinche programa.
Sin duda alguna, el sancocho es nuestra sopa nacional. Y no porque el ajiaco, el mute, el caldo, la changua, la mazamorra o el mondongo no sean deliciosos, sino por la diversidad de versiones con las que se prepara, de acuerdo con las tradiciones e ingredientes de cada región, y porque se ajusta a los diferentes tamaños de bolsillos de sus felices comensales. Este capítulo aborda orígenes, ingredientes, preparación y tradición del siempre bien recibido sancocho.
Energía y vitalidad, amigos. Aunque de entrada nos parece obvio, gastado y hasta aburrido, con solo sentir su aroma nos atrapó de nuevo. Sí señores, vamos a hablar del café, el símbolo del que todo colombiano se siente orgulloso dentro y fuera del país, esa bebida estimulante que nos despierta cada mañana. A propósito, ¡nadie como nosotros para producir estimulantes ¿no?! ¡Qué vergajos los colombianos!
Las serenatas nacieron muchos siglos antes que nuestro país. Una de las más famosas es la que se dice interpretó el emperador Nerón con su lira mientras ardía Roma. En nuestro país tiene sabor a mariachi y a bolero, pero se ha visto enriquecida con grupos que interpretan otros ritmos. Quienes las brindan a sus parejas tienen, entonces, un buen espectro de sonidos para escoger, y sus intérpretes, una manera digna y dura de arrancarle algunos pesos a la noche.
Nos vamos a dar el chance de hablar de patas, uñas y demás, pero no por que esta sea la sección de belleza de algún noticiero, no, sino para hablar del chance, ese juego de azar en donde los colombianos juegan la pata, la uña, el pleno y el superpleno, y ponen en él toda la ilusión de mejorar su vida, pues saben que con nuestra clase dirigente no hay ningún chance de que este país mejore.
El símbolo de este capítulo es la chicha, la verdadera bebida alcohólica colombiana, que tiene como ingrediente principal el más simbólico de nuestros alimentos: el maíz, que se fermenta. Se explora sus orígenes indígenas, la preparación, la importancia de su consumo en algunas regiones de Colombia y las prohibiciones a las que ha sido sometida en diferentes épocas.
El capítulo explora el tamal, uno de nuestros símbolos culinarios, que requiere de diversos ingredientes y preparación, de acuerdo con la región del país de la que sea originario. Incluso no es exclusivo de Colombia: se prepara ancestralmente en varios países latinoamericanos, con un arte y un oficio incomparables. También se muestra el cultivo, producción y comercialización de la hoja de plátano, fundamental para el tamal.
El Chocoramo, ponqué que por más de 60 años ha hecho parte de la dieta de varias generaciones y que aún sigue ganando fanáticos, es uno de los símbolos de la colombianidad, tanto así que los residentes en el exterior esperan que en la visita de un compatriota haya al menos una docena de ellos en la maleta. En el recorrido se recrea su nacimiento, cómo los consumidores lo han apropiado a su vida cotidiana y la pasión que sienten por este ponquecito que vende al año 180 millones de unidades y genera cuatro mil empleos directos. Leyendo estas líneas, ¿no se antojó de uno?
Alisten el tocadiscos y el long play del himno nacional cantado por Carlos Julio Ramírez, Juanes, los Kogui, Claudia de Colombia o incluso Amparo Grisales, porque estamos seguros de que van querer escucharlo, pues se van a sentir orgullosos de ser colombianos, porque aunque no aparezcan en libros de la NASA o demás agencias lunáticas, van a conocer compatriotas con gran talento, capacidad y creatividad que han inventado soluciones que nos han mejorado la vida. Vamos a hablar de tecnología criolla, y no la usada en las chuzadas ni en la de los inventores del Excel donde Samuel llevaba sus cuentas, sino de la caserita, de la del día a día.
Muchos se vanaglorian de comprar y poseer un perro de raza, por el arribismo que nos caracteriza. Los prefieren sobre los perros criollos, como se conoce a los canes que son resultado de la mezcla sin control de razas. El capítulo demuestra que los criollos son perros más inteligentes, agradecidos, resistentes a las enfermedades... ¡y exclusivos! Ver el capítulo es una reivindicación a que lo nuestro tiene más valor y a que los perros no se compran ni se venden, porque uno no compra a sus amigos.
La gallina criolla es sin duda una de las joyas de nuestra gastronomía. Más allá de su valor económico, podemos decir que es nuestra gallina de los huevos de oro, pues es la que le pone el tumbao a cualquier picada o paseo de olla. Seguimos a los estudiosos de la genética que se han dedicado a investigar si existe una gallina criolla auténticamente colombiana, pero también a las familias campesinas que nos cuentan por qué consideran que es nuestro auténtico sabor y que por eso debe preservarse. Santiago explora en las diferentes “etnias” de esa gallina criolla, tan pluricultural y apetecida en todas las regiones del país.
Este capítulo empieza desde una cómoda cama en la que posiblemente a muchos, especialmente a las señoras bien y a las no tan bien, les daría asco acostarse. Viene cargado de emociones, suspenso, intrigas, sexo, mentiras y video. Sí: se trata de un lugar donde muchos y muchas de ustedes han estado –así no lo admitan de labios para afuera– y los que no, ¡pues se lo pierden! Los moteles se han convertido en lugares de referencias, de mitos, generadores de historias de las más bajas y altruistas pasiones. Por eso es justo y necesario hablar de estos apasionantes lugares.
Este capítulo habla del olor y del sabor de nuestra tierra. Pero no de lo mal que huele desde hace tiempo, sino del olor que identifica y produce nostalgia de patria: del olor de la guayaba, como sabiamente Gabo tituló una de sus obras. A decir verdad, tampoco es exactamente de la guayaba, sino de una deliciosa golosina, un postre exquisito, y el más delicioso y efectivo energizante hecho a base de esta deliciosa y nutritiva fruta. Aquí se aborda la historia, tradiciones y recetas de nuestro principal energizante: el único e inigualable bocadillo veleño.
Un corrientazo no es lo que propone Pachito Santos se les aplique a los estudiantes en las protestas, sino el más popular y económico de nuestros almuerzos, infaltable en la dieta de colombianos de todo el país. Generalmente consta de sopa, seco con un buen principio, una que otra adición, jugo o una gaseosa a la que ya se le ha escapado el gas, un casi inexistente postre servido en copa aguardientera y un palillo al lado de la cuenta. De corrientazos, subcorrientazos y el combinado –el más pariente más humilde de todos– habla Rivas en este capítulo.
Para los colombianos un escarabajo no es un coleóptero, sino un sinónimo de ciclista escalador, probablemente nacido en Boyacá y criado con aguadepanela. Así los bautizó Carlos Arturo Rueda C., que los comparó por la capacidad de escalar las riscosas montañas de nuestro país. El capítulo descubre a esos jóvenes que sienten pasión por el ciclismo y ven en él una oportunidad para tener éxito y ser reconocidos internacionalmente. En compañía de profesionales, comentaristas, entrenadores, familiares y amigos, cuentan por qué son parte vital de la cultura colombiana, debido a las pasiones y sentimientos que despiertan en nosotros.
Este capítulo arranca en Bogotá no por ser la capital del país, sino por ser una ciudad bella, culta y amable. Bueno, muchos piensan que no es amable. Y lo de bella y culta… Este capítulo analiza motes o nombres, muchas veces rimbombantes, cursis, pretensiosos o arribistas que reciben nuestras ciudades, pueblos y hasta veredas. Hacen presencia ciudades hidalgas, hermosas, trasnochadoras, morenas, alegres y floripondias. Hoy desde la Atenas suramericana, mañana desde cualquier rincón de Colombia.
En Bogotá así se conoce a los obreros que aportan, ladrillo a ladrillo, al desarrollo de nuestro país. El capítulo explora en las diversas opiniones de los diferentes actores sobre por qué reciben ese mote y en los prejuicios que los tildan de machistas, borrachos, coquetos y lentos para trabajar. También en que esta labor jalona el progreso del país y en que es una de las principales fuentes de trabajo, gracias a que ofrece espacio a quienes no tienen experiencia alguna y quienes terminan cualificándose en alguna área de esta labor, tan pesada y extenuante.
Santiago Rivas visita las ‘playas’ o zonas de talleres de mecánica más populares de Bogotá en busca de esos personajes que se encargan de reparar, engallar y hasta rehacer nuestros vehículos. En medio de desorden, grasa y machismo, que dan cuenta de su idiosincrasia, en este capítulo aparecen jóvenes mecánicas que se codean con sus pares, y un mecánico ciego, que tiene un récord mundial en armado de motores.
A los payasos, que han estado presentes en muchas culturas de la historia, los conocemos como personajes coloridos que a través del maquillaje y el vestuario llevan alegría y risas, aunque en su interior haya tristeza y lágrimas. Están en , cada vez más escasos, en las fiestas infantiles y en las calles, anunciando almuerzos a las afueras de algunos restaurantes. Es una profesión que suele ser familiar, para muchos es una tradición heredada; para ellos ser payaso es el mayor orgullo, y su vida hasta la muerte.
Este capítulo trae algo de cariño, un toque de tristeza y un poco de alegría. Sí señores, un poco de todo, porque el tema así nos lo exige. Trata de ese tradicional lugar en donde encontramos regalos y algo más; juguetes y algo más; tarjetas, esquelas, carteles, peluches y algo más. Son las misceláneas, tradicionales minialmacenes, o mejor dicho, superalmacenes en donde hay detalles para toda ocasión y se consigue prácticamente de todo.
Por su tema, este capítulo relaja, entretiene, produce nostalgia. Es lúdico, alegre, divertido y lleno de destrezas. Sí, es de los tradicionales juegos criollos. No nos referimos a los que hacen los políticos contratistas y algunos funcionarios del Estado con nosotros, sino de los juegos, juegos. Aunque cada uno merecería un capítulo, hay que entender que doña Gloria y Pachequito tenían razón cuando decían “el tiempo en televisión es muy corto”. Por eso, disfruten de esta pequeña selección de juegos, en donde está el trompo, la coca, el yo-yo y sus amigos.
Aunque en nuestro país existen muchos tipos de héroes, queremos hablar de aquellos que en la época colonial se propusieron hacer un país independiente y soberano. Este capítulo habla de su sangre y de la mía, de la sangre de su abuela y la de su madre –y de la mía también, no se preocupe–. De raza, pero no de los morenos de cara, ni de Caro, sino de la esencia y del pasado de este país, que puede que no tenga un porvenir, pero tiene un pasado; de esa raza que nosotros identificamos con los héroes de este país, ¡porque los héroes sí existen!
En nuestro país existen muchos amasijos, como las almojábanas y las garullas. Otro es la achira, que no debe su nombre a una región –como muchos creen–, sino al tubérculo con el que se prepara. También está el pan de bono, cuyo nombre no tiene que ver con el cantante de U2, sino con una de dos versiones: una tradicional hacienda del Valle del Cauca o un italiano que vendía pasabocas en un puesto ambulante, en la tradicional Calle Sexta de Cali. Estos mitos de origen, las recetas, las maneras de disfrutarlos y las historias en los lugares de origen son ingredientes de este suculento y delicioso capítulo.
El capítulo arranca en Medellín, capital nacional del colombiano que no se vara, porque habla de un tema que nos concierne a todos, absolutamente a todos, ya que somos tan botaratas como michicatos. Es sobre la economía, pero no LA ECONOMÍA –de lo que dicen los ministros y las entidades que echan esas cuentas maravillosas, como si este país fuera Suiza y estuviera siempre en ascenso–, sino de aquella sufrida e intuitiva, hecha a pedazos, pasito a pasito: la economía criolla. Santiago indaga en ella y los métodos que muchos usamos para hacerle trampas y lograr sobrevivir.
Lamentablemente, este capítulo no trae buenas noticias. Pero no se me desanimen, que tampoco son malas; hablamos de personas con hígado y nervios de acero, que conviven con la muerte a diario y son testigos del horror y el dolor. Aunque hasta aquí parece la descripción de cualquier colombiano, nos referimos a los periodistas que escriben en los periódicos de crónica roja –o verde, diría el daltónico–. Los muchos lectores de la crónica roja buscan otra cara de las noticias, otro enfoque de la realidad social o la vieja en pelota de las páginas centrales. Sus titulares, diagramación y composición gráfica la convirtieron en un ícono popular.
Desde aquí convocamos a compatriotas y compatriotas; les enviamos un plácido saludo. Ante el riesgo de este capítulo se confunda con el de Payaso criollo, informamos que es mucho más profundo y trascendental –nos referimos al de Payaso, por supuesto–. La política criolla está plagada de verdaderos personajes del humor… de ese que alcanza a doler. Pero eso es lo que hay, así que no demos más vueltas y hagámosle, concentrados, en lo que aparece en este capítulo, que nos incumbe tanto: la política.
La historia de las banderas es casi tan antigua como la de las guerras. Son más viejas que todos los líderes de las juventudes conservadoras y los de la JUCO reunidos. El 12 de marzo de 1806 fue ondeado nuestro tricolor por primera vez, en el velero del precursor Pachito, pero no Santos, sino Francisco de Miranda, que a diferencia de los otros próceres no fue a Europa a ilustrarse, sino de mochilero. A diferencia de Santos, era un coca-colo hippie que usaba arete y todo, como Andrés Jaramillo, pero chévere. El capítulo muestra los cambios y transformaciones que ha tenido este magno símbolo, desde que ondeó en aquel velero hasta nuestros días.
“La mama de Santiago / le prohibió que él presente este capítulo / pero a él gusta esto / a la mama si que le mama”. Así se construyen los versos de rajaleñas, trovas, piqueria, contrapunteo y todos los ritmos y acordes del verso criollo, esa poesía o más bien rima cantada que tiene representantes a lo largo y ancho de este país de creadores. Este tema, del que este capítulo les conversa es de gente que versa, dotada de gran destreza y habilidad, y aunque no tiene nada que ver con el verso puro y académico, es nuestra poesía criolla y se ha convertido en todo un símbolo.
Pónganse de rodillas frente a sus televisores. Todos, menos Andrés Felipe, porque no es el doctor Uribe de quien vamos a hablar, sino todo lo contrario, vamos a hablar de los Santos. Pero no, tranquilos, que tampoco es de Juanma o Juanpa, como lo quiera llamar, y mucho menos de Pachito; no vamos a hablar de los que reparten mermelada, sino de los que reparten bendiciones. En este país de cafres, los santos no son muchos, o mejor dicho, son como su madre o como la mía: no hay sino una, nuestra santita, la madre Laura. Pero no hablaremos solo de ella; también de los reconocidos, los aparecidos y los por aparecer.
Un ladrillo de jabón azul que es sin duda alguna el elemento que todo hogar colombiano tiene bajo la lavadora: el jabón Rey. Los múltiples usos que tiene esta barra azul que para el colombiano no es una simple barra de jabón, es más un elemento de gran utilidad para limpiar caballos, alejar brujas y espantos, y hasta como herramienta de trabajo de la cultura Punk.
Cada papelito que intercambiamos por otras cosas tiene una historia detrás. No solo es un elemento de valor, es una obra de arte, un dibujo de nuestra historia: el billete. Lo de siempre es cuanto podemos hacer, comprar, adquirir, con ellos, aquí esto pasa a un segundo plano para acercarse al billete como elemento particular que nos identifica como colombianos. La historia del billete, algunos de los billetes que han existido y sus historias particulares, cómo se hacen, que representan y cómo evolucionarán son algunos de los temas de este capítulo que además invita a que cada uno diseñe su propio billete.
Un road movie lleno de hambre recorre restaurantes y plazas del país probando platos que son tradicionales en el desayuno de los colombianos. Visitando algunas plazas y restaurantes del país se exploran algunos desayunos y comidas representativas de regiones diversas. Cómo se hace cada plato, que ingredientes contiene, de qué región proviene. Una remembranza de aquellos platos tradicionales que hablan de una cocina criolla que se desataca por su variedad de sabores, formas e ingredientes. Una reflexión sobre el primer golpe del día como un elemento característico de los colombianos.
Los celadores o vigilantes, informales y formales hablan de sus vidas y su oficio. Lo que los hace particulares y símbolo de la clase trabajadora colombiana. Celadores de diferentes regiones del país describen cómo es trabajar en este oficio, cómo llegaron a él, qué dificultades tienen, cuánto ganan, las diferencias entre unos y otros, sus satisfacciones y su relevancia para una sociedad que suele menospreciarlos.
De cómo Colombia es una gran torre de Babel donde las diferencias son las que nos unen. Aunque a veces parezca que en este país nadie se entiende con nadie, aunque parezca que pensar y hablar diferente pueden causar que nos persigan, nos “chucen” o nos silencien, hay elementos del lenguaje cotidiano que además de rescatar la potencia del idioma nos definen como colombianos y en esa medida nos identifican como miembros de un país.
Todo el mundo es un rebuscador, desde el senador hasta el vendedor de chicles. Este capítulo se centra en quienes se la rebuscan en la playa criolla. Masajes, ostras, vestidos, manillas, helados, fotos, otros y otras, son las ofertas que cualquier turista se va a encontrar en una playa colombiana. Lidiar con las ofertas y con los que ofertan es parte del paseo pero no solo es un acto de aguante, es un acto de comprensión y de saberse parte de un espacio donde se ven también la realidad de un país con gente llena de necesidades pero pujante y trabajadora y que de cualquier manera es representativa de lo que somos.
Una máquina del tiempo en forma de maleta de cuero con un olor particular, capaz de producir en quienes la huelen un viaje al pasado. Todos quienes usaron alguna vez la maleta ABC recuerdan con cariño y orgullo haber sido parte de la historia de este elemento. Lo curioso es que ninguno de ellos sabe de dónde viene, quién la hizo, cómo se originó. Todas estas dudas se resuelven en un capítulo cargado de pasado y que revive un utensilio representativo de la infancia colombiana.
Los parques y plazas centrales de Colombia son capaces de reunir faunas diversas, desde palomas hasta emboladores. Cada uno haciendo su papel en el teatro que es el parque. El parque o la plaza central es un escenario fundamental de la sociedad colombiana no solo porque allí siempre se forjan las historias épicas de la historia nacional, sobretodo porque la diversidad cultural confluye allí mostrando las múltiples caras de la colombianidad. Caras, todas ellas, que realizan un oficio característico de todo parque y que le otorgan significados, cualidades y defectos a estos espacios por todos reconocidos como centro de la colombianidad.
La forma eufemística con la que llamamos el sufrimiento, padecimiento, dolor, tirria, fastidio que nos produce hacer cualquier solicitud: el trámite. “Pasos y diligencias que hay que recorrer en un asunto hasta su conclusión”. Así define la real academia el término trámite, tal vez quienes escribieron esta definición no eran colombianos porque un trámite colombiano puede no tener conclusión. El padecimiento que todo colombiano ha sufrido para lograr algún proceso, permiso, documento, etc., se vuelve una constante de nuestra sociedad que sin duda define algo que no es muy positivo, pero nos caracteriza.
El centro de todos los males y todos los buenos, el eje de toda sociedad, el sustento de cualquier ciudad. La plaza de mercado es el núcleo donde todo converge. Comer es junto a ir al baño y dormir, las tres acciones básicas esenciales de todo ser humano. Pero ¿de dónde sale la comida?, ¿cómo se mueve?, ¿cómo llega a la nevera de la casa? Detrás de esto hay una enorme cantidad de acciones pero una fundamental es el paso de los alimentos por la plaza de mercado. Aquí llega la comida desde el campo y sale hacia nuestras casas. Este espacio central, sus movimientos y su gente son la esencia de un capítulo que revalora un lugar del que todos dependemos.