En los últimos años del siglo diecinueve nadie habría creído que los asuntos humanos eran observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del hombre y, sin embargo, tan mortales como él; que mientras los hombres se ocupaban de sus cosas eran estudiados quizá tan a fondo como el sabio estudia a través del microscopio las pasajeras criaturas que se agitan y multiplican en una gota de agua.
Luego llegó la noche en que cayó la primera estrella. Se la vio por la mañana temprano volando sobre Winchester en dirección al este. Pasó a gran altura, dejando a su paso una estela llameante. Centenares de personas deben haberla divisado, tomándola por una estrella fugaz.
Encontré un grupo de unas veinte personas que rodeaba el enorme pozo en el cual reposaba el cilindro. Ya he descrito el aspecto de aquel cuerpo colosal sepultado en el suelo. El césped y la tierra que lo rodeaban parecían chamuscados como por una explosión súbita.
Creo que todos esperaban ver salir a un hombre, quizá algo diferente de los terrestres, pero, en esencia, un ser como los humanos. Estoy seguro de que tal fue mi idea, Pero mientras miraba vi algo que se movía entre las sombras. Era de color gris y se movía sinuosamente, y después percibí dos discos luminosos parecidos a ojos...
El sonido sibilante se fue convirtiendo en un zumbido agudo y luego en un ruido prolongado y quejumbroso. Lentamente se levantó del pozo una forma extraña y de ella pareció emerger un rayo de luz. De inmediato saltaron del grupo de hombres grandes llamaradas, que fueron de uno a otro. Era como si un chorro de fuego invisible los tocara y estallase en una blanca llama...
Todavía no se ha podido aclarar cómo lograban los marcianos matar hombres con tanta rapidez y tal silencio...
Unos minutos había tenido frente a mí sólo tres cosas: la inmensidad de la noche, del espacio y de la Naturaleza; mi propia debilidad y angustia, y la cercanía de la muerte.
Quizá hubiera ciertos murmullos en las calles de la villa y un tópico dominante en las tabernas. Aquí y allá aparecía un mensajero o algún testigo ocular, causando gran entusiasmo y muchos corros. Pero en su mayor parte continuó como siempre la rutina de trabajar, comer, beber y dormir... Parecía que el planeta Marte no existiera en el universo...
Volvieron a mí parte de los sueños de batalla y heroísmo que tuviera durante mi niñez. En esos momentos me pareció una batalla desigual. Los marcianos daban la impresión de encontrarse totalmente indefensos en su pozo...
Sentí un tirón de las riendas y vi entonces que las nubes se habían apartado para dejar paso a un destello de fuego verdoso, que iluminó vivamente el cielo y los campos a mi izquierda. ¡Era la tercera estrella que caía!
Parecían estar notablemente ocupados y me pregunté qué serían. ¿Mecanismos inteligentes? Me dije que tal cosa era imposible. ¿O habría un marciano dentro de cada uno, dirigiendo al gigante tal como el cerebro de un hombre dirige el cuerpo? Comencé a comparar los colosos con las máquinas construidas por los hombres, y me pregunté, por primera vez en mi vida, qué parecerían a un animal nuestros acorazados o nuestras locomotoras.
...una ola enorme de agua en ebullición corrió hacia mí. Lancé un grito de dolor, y escaldado, medio ciego y aturdido avancé tambaleándome por el hirviente líquido para ir a la orilla. De haber tropezado hubiera muerto allí mismo. Casi indefenso, a la vista de los marcianos, sobre el cabo 24 desnudo que indica la unión del Wey y el Támesis. Sólo esperaba la muerte.
Alrededor de las ocho, en todo el sur de Londres se oyeron claramente numerosos cañonazos. Mi hermano no pudo oírlos a causa del ruido del tránsito en las calles principales, pero al tomar por las callejas menos concurridas para ir hacia el río le fue posible captar con toda claridad los estampidos...
Las granadas estallaron todas alrededor del monstruo y le vieron avanzar unos pasos más, tambalearse y caer. Todos gritaron jubilosos e inmediatamente volvieron a cargar los cañones. El marciano derribado lanzó un prolongado grito ululante y de inmediato le respondió uno de sus compañeros apareciendo por entre los árboles del sur...
Todo lo que pudieron ver del camino de Londres entre las casas de la derecha era una tumultuosa corriente de personas sucias, que avanzaban apretujadas entre las casas de ambos lados; las cabezas negras, las formas indefinibles, tornábanse claras al llegar a la esquina; pasar y perder de nuevo su individualidad en la confusa multitud, que desaparecía entre una nube de polvo...
Y más allá, del otro lado de las colinas azules que se elevan al sur del río, los relucientes marcianos marchaban de un lado a otro, derramando calmosa y metódicamente su nube ponzoñosa sobre la región y disipándola luego con chorros de vapor cuando había servido a sus fines...
Yo estaba terriblemente ansioso por mi esposa. Me la figuré en Leatherhead, aterrorizada, en peligro, llorándome ya por muerto. Me consolaba, no obstante, la creencia de que los marcianos iban hacia Londres, alejándose de ella...
Sus movimientos eran tan rápidos, complejos y perfectos, que al principio no la tomé por una máquina, a pesar de su brillo metálico. Las máquinas de guerra estaban extraordinariamente bien coordinadas en todos sus movimientos, pero no podían compararse a la que miraba ahora. La gente que nunca ha visto estas estructuras y sólo puede guiarse por los vanos esfuerzos de los dibujantes y las descripciones imperfectas de testigos oculares, como yo, no se da cuenta de la cualidad de vida que poseían...
Mientras me hallaba mirando, la máquina de trabajo extendió, a manera de un telescopio y con un sonido musical, un tentáculo, que un momento antes era sólo una especie de muñón. El tentáculo se alargó hasta que su extremo quedó oculto detrás del montón de arcilla. Un segundo después sacaba a la vista una barra de aluminio blanco y reluciente y la depositaba entre otras barras, que formaban una pila a un costado del pozo...
Pude ver el tentáculo, que se parecía a la trompa de un elefante. Serpenteó hacia mí y tocó las paredes, los carbones, la leña y el techo. Era como un gusano negro que meciera su ciega cabeza de un lado a otro. Una vez tocó el tacón de mi zapato. Estuve a punto de gritar y me contuve mordiéndome la mano. Por un momento reinó el silencio...
El duodécimo día me dolía tanto la garganta, que corrí el riesgo de llamar la atención de los marcianos y ataqué la bomba de agua de lluvia que había junto al fregadero, obteniendo así buena cantidad de agua ennegrecida y de mal gusto. Me mortificó esto y me animó mucho el hecho de que el ruido no hubiera atraído a ningún tentáculo investigador...
...me sentí destronado, comprendí que no era ya uno de los amos, sino un animal más entre los animales sojuzgados por los marcianos. Nosotros tendríamos que hacer lo mismo que aquéllos: vivir en constante peligro, vigilar, correr y ocultarnos; el imperio del hombre acababa de fenecer...
Poco después me volví con la extraña impresión de que alguien me observaba y descubrí algo acurrucado entre un matorral cercano. Me quedé mirándolo. Después di un paso en esa dirección y del matorral se levantó un hombre armado con un machete. Me acerqué con lentitud mientras él me observaba en silencio y sin moverse...
Londres parecía mirarme. Las ventanas de las casas blancas eran como las cuencas vacías de cráneos blanqueados por el tiempo. Mi imaginación descubrió a mil enemigos que se movían silenciosos a mi alrededor. El terror hizo presa en mí.
Había tanta gente en todas partes, que me pareció increíble que una gran parte de la población hubiera sido sacrificada. Pero luego noté la palidez de todos, el desaliño de la mayoría, la fijeza de las miradas y los harapos de muchos...
Ya he incluido el resultado del examen anatómico que se efectuó con los restos de los marcianos que dejaron intactos los perros. Pero todos conocen el magnífico ejemplar, casi completo, que se conserva en alcohol en el Museo de Historia Natural, así como también los incontables dibujos que se hicieron del mismo, y aparte de eso, el interés sobre su fisiología y estructura es puramente científico...