Silvina y Gabriela Vázquez perdieron a su madre y tuvieron que mudarse junto al padre al barrio de Saavedra, en la Ciudad de Buenos Aires. Se acercaron al Centro Alquimista Trasmutar y comenzaron sus prácticas esotéricas, en las que invocaban presencias divinas. La mañana del parricidio, padre e hijas se habían sugestionado a tal punto con las prácticas, que la autopsia dejó demostrado que la víctima no solo que no se defendió sino que hasta colaboró con su propio asesinato.