La muerte de Franco hizo albergar la esperanza de que, enterrada la dictadura, también podría desaparecer la violencia terrorista. Quienes pensaban así, se equivocaron. Superadas las amenazas de inmovilismo, ETA se convirtió en el principal problema de la incipiente democracia española. El objetivo independentista no iba a tener cabida en la nueva Constitución, y las ideas podrían defenderse libremente en el Parlamento. La democracia quitaba legitimidad al terrorismo. Por eso, ETA la convierte en su principal enemigo.
En octubre de 1982, por primera vez desde el inicio de la transición democrática, un partido gana por mayoría absoluta en unas elecciones generales. Pero las esperanzas que este hecho pudo despertar en algunos de que la violencia de ETA terminara, se evaporaron muy pronto. Aunque unos meses antes, los polimilis anunciaran su autodisolución, ETA militar y los llamados "octavos", ETApm VIII Asamblea, seguirán manteniendo su enfrentamiento armado contra la democracia. Poco a poco, irán ganando los más duros dentro de la organización terrorista. Y esto se reflejará también en sus filas, donde nadie se atreve a disentir y donde se condenará a muerte a algunos de los que decidieron dejar las armas
El 12 de septiembre de 1998 se firma el pacto de Estella, Lizarra en euskera; un acuerdo que une a todo el universo nacionalista. El acuerdo cierra la etapa del Espíritu de Ermua que unió a los demócratas frente al terrorismo y abre un periodo de división entre nacionalistas y constitucionalistas. La sombra de ETA planea sobre el nuevo escenario político vasco. "Ni directa ni indirectamente participó ETA" sentencia el dirigente del PNV, Joseba Egibar. Para el ex ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, "El PNV se abrazó a ETA, prefirió estar en el pacto con ETA". Cuatro días después de la firma de Estella, la banda terrorista declara un alto el fuego general, el tercero de su historia, que no incluye ni la extorsión económica ni el desarme.