La muerte de Franco hizo albergar la esperanza de que, enterrada la dictadura, también podría desaparecer la violencia terrorista. Quienes pensaban así, se equivocaron. Superadas las amenazas de inmovilismo, ETA se convirtió en el principal problema de la incipiente democracia española. El objetivo independentista no iba a tener cabida en la nueva Constitución, y las ideas podrían defenderse libremente en el Parlamento. La democracia quitaba legitimidad al terrorismo. Por eso, ETA la convierte en su principal enemigo.