Fran se muestra más que afectado por la reciente muerte de su peluquero Toni. Durante los últimos treinta y cinco años, Fran ha acudido siempre a la misma peluquería y le resulta muy dura la idea de saber que no podrá volver a verle. Lola intenta animarle y también Pelayo y, mientras, el pelo de Fran crece hasta convertirse en una desordenada mata de greñas. La pinta de Fran empeora cada día y todos intentan convencerle para que se corte el pelo donde y como sea. El problema es que Fran no quiere acudir a una peluquería de las que él califica como modernas, sino encontrar otro peluquero clásico de los de sillón de barbero y clientela habitual. Las melenas de Fran pueden traerle problemas también en la zapatería: un control de calidad por parte de los gestores de centros comerciales le obligará a mejorar su aspecto bajo la amenaza de una multa importante.