Los 90 prometen emociones fuertes en una España que se acicala para acoger unos Juegos Olímpicos y una Exposición Universal. El ministro de Economía declara que éste es el país donde es más fácil hacerse rico. En este contexto, el gobierno decide poner cerco a los desmanes del fútbol, donde los clubes deben fortunas a Hacienda. Pero al convertirlos en Sociedades Anónimas Deportivas, el tiro le sale por la culata: una nueva estirpe de presidentes llega al poder. Son empresarios de éxito que buscan fama y oportunidades para sus negocios privados. En Sevilla, Manuel Ruiz de Lopera salva al Betis de la desaparición en el último minuto y se convierte en un ídolo para la afición. Traslada las oficinas del club a su inmensa mansión y lo lleva a protagonizar gestas inimaginables. La popularidad de los presidentes se dispara.
En los 90 el fútbol impone un modelo de masculinidad basado en testosterona y cojones; quien no lo sigue es considerado un maricón, el insulto estrella en unos estadios que huelen a puro. Las mujeres son invisibles porque lo son también en otras áreas de la sociedad e incluso tienen vetada la entrada en los palcos. Sí están presentes en la televisión, pero siempre como mujer objeto. En ese contexto Teresa Rivero se convierte en la primera presidenta de un club profesional 'Fue una pionera' Rivero no tenía ni idea de fútbol y fue su marido quien la puso ahí, pero bajo su presidencia el Rayo Vallecano vivió días gloriosos y creó su sección femenina. Hoy en día, en una sociedad que mejora ante el machismo y la homofobia, las mujeres presidentas siguen siendo noticia, y todavía ningún futbolista de la historia de La Liga ha salido del armario.
En la España del pelotazo, la falta de control de la Liga sobre las cuentas de los equipos permite a los clubes hacer piruetas financieras con pagos en B, primas a terceros, amaños de partidos: la cultura del fraude y la trampa se normaliza en el fútbol. Este amparo desaparece a medida que se condenan los primeros casos de corrupción en España, algunos de los cuales salpican a nuestros presidentes. José María del Nido termina en la cárcel, a la que ingresa con una gorra del Sevilla. Nuñez, Gil y Ruiz Mateos también acaban entre rejas. Otros presidentes la evitan por poco.
En la España del pelotazo, la falta de control de la Liga sobre las cuentas de los equipos permite a los clubes hacer piruetas financieras con pagos en B, primas a terceros, amaños de partidos: la cultura del fraude y la trampa se normaliza en el fútbol. Este amparo desaparece a medida que se condenan los primeros casos de corrupción en España, algunos de los cuales salpican a nuestros presidentes. José María del Nido termina en la cárcel, a la que ingresa con una gorra del Sevilla. Nuñez, Gil y Ruiz Mateos también acaban entre rejas. Otros presidentes la evitan por poco.
El modelo de presidentes que triunfó en los 90 es arrollado por la irrupción del fútbol moderno personificado en Florentino Pérez. Nuestros presidentes quedan en fuera de juego. Lendoiro y Caneda, que han protagonizado los años dorados del Deportivo y el Compostela, abandonan la presidencia. Llegan los malos resultados, termina la fiesta y aparece la resaca: las deudas acumuladas tras años de vivir por encima de sus posibilidades llevan a muchos clubes al borde de la desaparición. De estas situaciones desesperadas se aprovechan grandes fortunas y grupos inversores extranjeros, que profesionalizan los clubes al tiempo que los alejan de sus aficionados. Después de ser considerados como semidioses, nuestros presidentes terminan marchándose por la puerta de atrás, pero 30 años después siguen ocupando un lugar muy especial en la memoria colectiva.