Los presidentes asisten atónitos a la aparición en España del movimiento de los aficionados ultra. No saben muy bien cómo relacionarse con ellos, pero tienen claro que no los quieren en su contra. Para tenerlos contentos, les dan privilegios; al fin y al cabo, los presidentes son los primeros forofos. Joan Gaspart, expresidente del F.C. Barcelona, presume de ser uno más de los Boixos Nois, los ultras del Barça. Paralelamente, sus egos les invitan a desafiarse entre sí, con actitudes chulescas que empiezan con la burla y terminan en puñetazos. En los estadios se reproducen esas actitudes presidenciales: el juego sucio, los insultos al árbitro y los cánticos racistas están a la orden del día. En esa espiral de violencia, los ultras cruzan la línea roja con agresiones físicas que terminan con el asesinato de Aitor Zabaleta. Esta muerte marcará un punto de inflexión, y los presidentes deberán decidir si amparan o se enfrentan a ese monstruo que ellos mismos alimentaron.
En la España del pelotazo, la falta de control de la Liga sobre las cuentas de los equipos permite a los clubes hacer piruetas financieras con pagos en B, primas a terceros, amaños de partidos: la cultura del fraude y la trampa se normaliza en el fútbol. Este amparo desaparece a medida que se condenan los primeros casos de corrupción en España, algunos de los cuales salpican a nuestros presidentes. José María del Nido termina en la cárcel, a la que ingresa con una gorra del Sevilla. Nuñez, Gil y Ruiz Mateos también acaban entre rejas. Otros presidentes la evitan por poco.