En el siglo XVIII, la demanda de cadáveres se multiplicó porque surgieron nuevas facultades de medicina. Eso hizo que surgiera una nueva profesión, los «resucitadores», llamados así porque hacían que los cuerpos salieran de las tumbas; eso sí, para acabar en un aula de una facultad. Estos saqueadores de tumbas no robaban los objetos valiosos que pudiera llevar el difundo, porque era un delito, pero sí el cuerpo, porque no era propiedad de nadie.