Madrid, verano de 1907. Arturo Barea es un niño de nueve años que estudia como pobre en las Escuelas Pías de San Fernando, en el barrio de Lavapiés. Vive con su madre Leonor, viuda que trabaja como lavandera en el río Manzanares para sacar adelante a sus cuatro hijos, de los que Arturo es el benjamín
1909. La muerte del tío José causa conmoción en el ánimo del pequeño Arturo. A casa del difunto llegan los parientes, ávidos de hacerse con los bienes que ahora son de su viuda, la tía Boldomera, una beata sin muchas luces, manejada por su confesor. Arturo es testigo de la enérgica intervención de la abuela Inés.
Marruecos, 1920. La presencia militar española en Marruecos es una inacabable sangría. Allí llega Arturo como sargento y se le encarga supervisar la construcción de una carretera y la contabilidad de la compañía. Pronto se entera de la picaresca que existe en el ejército africanista: desde un ascenso hasta el más necesario de los suministros, todo es objeto de especulación y venta. Arturo participará en la toma de una colina y en la defensa de Melilla, en donde cae enfermo de tifus. Quedará muy débil, por lo que le conceden dos meses de permiso.
Año 1922. Arturo vuelve a Marruecos. Es destinado a unas oficinas de Ceuta, donde conoce los recursos de los mandos para desviar a sus bolsillos el dinero de la administración. Conoce a Chuchín, empleada en uno de los hoteles de la ciudad, y es llamado al orden, no porque conviva con ella, sino porque no lo oculta. Decide no seguir en el Ejército y volver a Madrid.
1934. Arturo tiene 36 años, un trabajo de prestigio y bien remunerado, una mujer con la que mantiene una difícil relación y cuatro hijos, y además, una amante, María, su secretaria en la oficina de patentes. después de tres años de República, España se prepara para unas nuevas elecciones, en las que Arturo participará activamente apoyando a las izquierdas.
Una parte del Ejército se ha levantado en armas contra la República. Arturo es llevado al gabinete de prensa del Gobierno para que traduzca lo que los corresponsales de guerra envían a sus periódicos, e impida que, lo que son sólo rumores, adquieran la consideración de noticias. Burlando su vigilancia, una falsa noticia llega a los titulares, "Franco ha entrado en Madrid"