Zahara sufrió bullying y abusos sexuales. Bea se obsesionó con su peso y su rendimiento académico. Ambas estuvieron al borde del precipicio durante la adolescencia. Las autolesiones dejaron marcas externas, las tentativas de suicidio, recuerdos dolorosos que consiguieron superar refugiándose en la música, en el amor por los animales, en la lectura y en el sueño de llegar a la universidad. Las dos son un ejemplo de las dificultades que sienten los más jóvenes para expresar lo que les daña, de los gritos de auxilio que no siempre son evidentes, y de cómo, con ayuda, es posible ver la luz al final del túnel.
Hace una década, Sergio tuvo que rescatar de entre los hierros el cuerpo de un adolescente sin vida. Había muerto por suicidio. Aquella intervención como bombero hizo que sufriera estrés postraumático y una pregunta le atormentaba: ¿qué le hubiera dicho a ese chico si hubiera llegado a tiempo? Nadie le había dado herramientas para actuar en una situación así. Comenzó a investigar sobre suicidio y la formación que adquirió ha ayudado a otros servicios de emergencia a salvar vidas y a entender mejor este problema social. Los testimonios de Bea, Pablo, Anastasia, Marco y Yaiza permiten ver ese elefante en la habitación con el que convivimos, pero al que difícilmente miramos a los ojos.
La tasa de suicidio se dispara en tres pueblos de Andalucía: Priego de Córdoba, Iznájar y Alcalá la Real. Estas tres localidades dibujan en el mapa el mal llamado “triángulo de los suicidas”. Los mitos, las dificultades para hablar de un problema social complejo y el dolor que implica han generado un silencio pesado en estas tres localidades durante décadas. Juan Carrillo lo sabe muy bien. Su padre falleció por suicidio cuando él tenía 15 años, fue enterrado en una fosa y ha tardado mucho tiempo en dignificar su historia. La dispersión geográfica y el aislamiento social, así como la cantidad de muertes por suicidio de personas próximas explican en gran medida la realidad de estos pueblos que luchan por romper el estigma.
Elena tardó años en ser diagnosticada. Intentó acabar con su vida en varias ocasiones, hasta que alguien puso nombre a lo que le sucedía: Trastorno Límite de la Personalidad. Ella es una sobreviviente. Así se denomina a quienes han superado una crisis suicida. Eso sí, la última vez, su vida cambió para siempre. Acabó el dolor y comenzaron otros retos, los que le han permitido tener hoy una vida plena. Sin embargo, muchas historias tienen un final diferente. 11 personas fallecen cada día por suicidio en España. A sus familiares y seres queridos se les llama supervivientes. A través de los testimonios de Cristina, Eneko y Xisca conocemos las dificultades de abordar el duelo por suicidio y un grupo de ayuda mutua nos acerca a las preguntas que siempre quedarán sin respuesta.
El suicidio es un problema global y afecta a adolescentes de todo el mundo. Entre las respuestas más eficaces para prevenirlo surge en Suecia el programa YAM (Youth Aware Mental Care). El método es sencillo. En juegos de rol play, son los propios estudiantes quienes explican lo que les duele y buscan respuestas a sus problemas en grupo. Después de implementarse en varios países, Galicia es la primera comunidad española en implantarlo.
Jóvenes anónimos y rostros conocidos como Zahara, Samanta Hudson, Abril Zamora o Marta Pombo hablan abiertamente sobre salud mental. Creemos que son frágiles, de hecho, se les conoce como la generación de cristal, pero en realidad, son los más jóvenes, que han crecido en plena pandemia, viven permanentemente frente a una pantalla y se enfrenta a un futuro incierto, quienes se atreven a romper el tabú que rodea al suicidio.
El suicidio es una realidad incómoda que genera incomprensión y vergüenza. Afecta a todas las culturas y a todas las edades. De hecho, en España, esta es ya la primera causa de muerte no natural entre adolescentes y jóvenes de entre 15 y 29 años. Esta película documental les da voz a ellos. Escucharles ayuda a entender lo que les daña, pero también lo que les ayuda y les protege. Detrás del suicidio se esconde la huida de un dolor insoportable, pero no es un problema crónico. Romper el estigma que lo rodea y ofrecer herramientas a quien está al borde del precipicio salva vidas. Los testimonios de quienes se han sobrevivido y de quienes han sufrido la pérdida de un ser querido nos ayudan a ver lo que parece invisible.
