Los agentes de la Unidad de Fugitivos del Cuerpo Nacional de Policía proceden al arresto de un fugitivo de nacionalidad rumana sobre el que pesan dos órdenes europeas de detención y entrega. El hombre vive en España y comparte piso con unos amigos, que ni se imaginan que sobre su compañero figure una denuncia por haber abusado sexualmente de una menor de trece años en su país. A veces las cosas no son lo que parecen, una joven avisa a la policía de que un hombre le acaba de hurtar un bolso. Los agentes comienzan una persecución a carrera por las calles del barrio madrileño de Vallecas. Cuando detienen al presunto ladrón, la historia da un giro inesperado. Esa misma mañana, la policía del Metro de Madrid, sí que tiene localizados a varios carteristas habituales y los quieren “pillar infraganti”. Ya de noche, la central de alarmas de una empresa de seguridad alerta de que un hombre se encuentra trepando por una ventana de un edificio de Leganés. Cuando llegan, los agentes no encuentran al delincuente pero descubren que se trataba de un integrante de una banda organizada que se dedica a reventar cerraduras de viviendas vacías para posteriormente venderlas ilegalmente. Las asaltan y las venden a familias ocupas por unos 400 euros. Una vez más, la experiencia policial ayuda a una patrulla de agentes camuflados que detecta a tres posibles sospechosos de robos de coches y deciden seguirles para vigilar sus actos. Los delincuentes optan por separarse para pasar desapercibidos mientras buscan a sus víctimas. La policía, por su parte, actúa de la misma forma.