“Apenas había nacido cuando se comenzó a manifestar en ella la grandeza de las maravillas de Dios, porque recién nacida ayunaba los viernes, mamando solo una vez al día, que tan temprano como esto quiso Nuestro Señor dar muestra en su sierva de las grandes abstinencias y ayunos en que adelante la había de hacer”. El precocísimo ayuno lactante de santa Juana de la Cruz es tan solo uno de los muchos suplicios alimenticios a los que algunas de nuestras monjas más favoritas de la historia se entregaron en un tortuoso intento por asirse al castigo y el manejo de la propia corporalidad para acariciar cierta autoridad teológica y discursiva. Sin eludir nuestros propios escarceos con los hábitos ansiosos y las fantasías de control, en este episodio os presentamos a santa Verónica Giuliano engullendo nada más que telarañas en su celda, a Catalina de Siena masticando tallitos de hinojo y aferrándose al extremísimo camino que la llevará a morir de inanición, a Santa Teresa enojándose con los ayun