Hasta el siglo XVII, Japón y Europa vivieron aisladas uno de otra. Solo comntactos comerciales puntuales y el impulso de las ambiciones coloniales, diusdrazadas a menudo de campañas evangelizadoras, mantenían un hilo de conexión. Esta es la historia de la primera embajada del país asiático hacia Europa, nacida de una mancha de honor y que no salió como se esperaba. Su protagonista, probablemente el primer japonés en cruzar el Atlántico, recorrió medio mundo para visitar la corte española y tener una audiencia con el Papa Pablo V.