¿Os podéis imaginar un cerdo, una vaca o un animal salvaje llevados a juicio? Y no hablo de una pantomima, sino de un juicio con todas las garantías procesales, incluso con su abogado defensor, lógicamente de oficio. Pues sí, hasta prácticamente el S XIX era una práctica común acusar a un animal a delito cualquiera y someterlo a juicio. Por el banquillo de los acusados han pasado vacas, burros, cabras, ovejas, gatos, perros, cerdos, ratas... O incluso moscas y sanguijuelas. Para que luego digan que los de dos patas son los racionales. El conjunto de normas, en teoría, inspiradas en ideas de justicia y orden que regulan las relaciones humanas en toda la sociedad, han variado a lo largo de la historia. Y sí ahora a nadie le cabría en la cabeza juzgar un animal hubo momentos y lugares en lo que lo fundamental era castigar al culpable, fuese lo que fuese. Por muy irracional que fuera el bicho había que juzgarle, condenarle y, llegado el caso, excomulgarle y ejecutarle.