Hernán y sus soldados se enfrentan a un pueblo sofisticado e incomprensible. Un intérprete que dominara su lengua valdría su peso en oro. Y si fuese una mujer hermosa, tendría el poder para cambiar la historia: Malinche, Marina, Malintzin.
¿Podría ser el fiel capitán Cristóbal de Olid el único en poder resistir la personalidad avasalladora de Hernán Cortés? Un hombre enamorado está dispuesto a todo, pero también, en plena guerra, el amor abre su flanco más vulnerable…
No todos creen que Cortés y los recién llegados sean dioses. Xicoténcatl es el líder más hostil hacia Hernán, pero la perspectiva de acabar con sus enemigos de Tenochtitlan es muy tentadora. ¿Cuál será la decisión del príncipe guerrero de Tlaxcala respecto a la llegada de los españoles?
¿Qué sombras proyectaban los pasos de Hernán rumbo a Tenochtitlan, ciudad que hacía palidecer a las capitales europeas de la época? ¿Cuánta destrucción acarreó fundar un mundo nuevo? Sólo una pluma fue capaz de contarlo todo: la de Bernal.
Pese a los ruegos de sus guerreros de atacar a Hernán, el parecido de Hernán con Quetzalcóatl agobia al culto y religioso Moctezuma. ¿Son dioses? ¿Se cumplen las profecías? ¿Qué hacer, cuando la desgracia se acerca y así ha sido escrito?
Hernán debe luchar lejos y deja al mando a su hombre más valiente, pese a la opinión de Marina. Bajo el liderazgo del impetuoso Alvarado, las visiones mexica y europea colisionan de frente, poniendo en riesgo todo lo conseguido por Hernán.
Hernán le confía a su amigo más querido una misión casi suicida: escapar con todo el oro del imperio mexica en medio de cientos de miles de habitantes furibundos, vejados por la violencia y avaricia de aquellos que habían tomado por dioses.
¿Quién fue Hernán Cortés? Incluso los soldados de Hernán no comprendieron, cuando les ordenó quemar sus naves, la atracción tan grande que ejercía sobre ese hombre la magia de esa tierra, de esa gente, que quiso hacer suyos para siempre.