En nuestro episodio más terapéutico, hacemos un esfuerzo para amar una estación que nosotros, firmes defensores del verano, habitualmente odiamos. Aunque nos gustaría poder hibernar de enero a abril, reconocemos que esta fría estación también tiene sus cosas bellas: el verano es pura evocación, el invierno es crudeza y realismo.