Tras la muerte de Filipo II, su hijo, Alejandro III heredó esa Grecia más o menos unida a través de la Liga de Corinto. Ahora el enemigo a batir era la gigantesca Persia. Y el chaval, en poco más de una década lo consiguió. Partiendo desde Pella, la capital macedonia, pasó por Troya, Éfeso, Halicarnaso, Tiro, Egipto... Hasta que llegó al desierto de lo que ahora es Irak para enfrentarse cara a cara con el Rey persa Darío III, a quien venció en la batalla de Gaugamela. Ahora todo era suyo, pero su viaje continuó por Asia, llegando hasta la Bactriana, en la actual Uzbekistán y acabando su viaje en la India y luchando contra el rey Poros y su ejército de elefantes. Poco después de su regreso moriría en Babilonia a la edad de 33 años. La unión del gran imperio que había conquistado pendía de un hilo.