En Praga resulta habitual sorprender a tipos solitarios, de color ceniza, meditando en los pretiles del río sin ser pescadores más que de una profunda angustia tal vez o descubrir en los parques un ser inmóvil afincado en cada banco con las mirada petrificada en el suelo. Praga es una ciudad a la que uno tiene obligación de ir para no volver nunca a ella, puesto que Praga no te va a abandonar jamás el corazón. En adelante, su enigma será siempre el tuyo.