Tomás acompaña a Esperanza al cementerio. Frente a la lápida de la madre adoptiva de la joven novicia, el cura hace un descubrimiento inesperado: el nombre cincelado en la piedra se corresponde con el de la mujer que adoptó al bebé de la Hermana Clara hace ya veinte años. Rápidamente, el cura ata cabos: ¡Esperanza tiene a su madre biológica muy cerca! Sin embargo, Tomás opta por callar el secreto y hablar primero con Clara.
Para su sorpresa, la Hermana prefiere no ahondar en el tema y se ofusca por la intromisión del sacerdote. Pero luego rompe en llanto y confiesa la verdad, rogándole a Tomás que no diga nada al respecto. Algo renuente, el cura terminará aceptando la petición de Clara.
Mientras tanto, el Convento se ve algo revolucionado por la llegada de Gilda, prima de Esperanza, que le devolverá a la joven novicia esa “bocanada de aire fresco” que tanto necesita.
El sacerdote se entera de algo muy importante y Esperanza se reencuentra con su prima Gilda.