Este capítulo aborda hasta qué punto todo lo que sabemos públicamente acerca del FBI forma parte de una intensa campaña de imagen puesta en marcha con gran éxito por la propia dirección de la organización. Bajo el mandato del mítico J. Edgar Hoover, el FBI comprendió que, para ser conocido y valorado, era imprescindible trabajar su imagen con la ayuda de la prensa, el cine y la televisión, con el objetivo de consagrar un mito.
En teoría, el FBI debe proteger los derechos civiles de los ciudadanos norteamericanos pero, con frecuencia, se ve inmerso en sus propias contradicciones. El ejemplo más paradigmático es el asesinato del reverento Martin Luther King. Hoover estaba obsesionado con su “omnipresencia” y la organización cerró los ojos ante los reiterados intentos de matarlo.
Durante décadas, los ciudadanos de Estados Unidos se han preguntado por qué el FBI no hacía frente a la delincuencia organizada y, cuando raramente lo ha hecho, ha empleado tácticas un tanto cuestionables. En los años 60, el FBI reconoció, con mucho retraso, que la mafia suponía un poder fáctico en Norteamérica. Para combatirlo, la organización policial se fue infiltrando, poco a poco, en las principales familias mafiosas. Uno de los casos que han saltado a la fama es el del agente Joe Pistone, alias Donnie Brasco, que fue llevado al cine en 1997, con Johnny Depp como protagonista.
De los 25.000 asesinatos que ocurren al año en Estados, tan sólo un 50% acaban ante los tribunales. Sin embargo, si se trata de asesinos en serie, la estadística cambia radicalmente, porque el FBI se ha especializado en ese tipo de delitos.
No fue hasta el primer ataque al World Trade Center en 1993, cuando los Estados Unidos entendieron que el enemigo se encontraba en su propia casa. Fue en ese momento cuando el FBI creó la unidad de terrorismo, pero a pesar de sus investigaciones, el 11S tuvo lugar.