Lo único que es verdad en A Cañada son los premios. A lo largo de los años han recibido diversos galardones por su comida, cuya fabada han llegado a coronar como la ‘Mejor del mundo’. Pero al parecer, una vez conseguidos los laureles, dueña y cocineros de A Cañada se han relajado. Y han decidido utilizar el buen nombre de las medallas obtenidas para “vender” como casera una fabada que en realidad es de bote. Además de actitudes tan cuestionables, Alberto Chicote descubre que el aceite de la freidora lleva semanas sin haberse cambiado, que la cocinera detesta rellenar los cachopos, que la comida deja mucho que desear y que los camareros ni si quiera saben escanciar la sidra como se debiera. El chef se topa con decepción tras decepción, además de ser testigo de cómo la dueña pierde los nervios, la cocinera da constantes excusas cada vez que hay un problema y los camareros no están lo suficientemente entregados debido a la organización en el restaurante. Sin embargo, Nati, la dueña, no es consciente de lo que ocurre. No sabe por qué no funciona el restaurante ni comprende cómo un local con tantos premios tenga cada vez menos afluencia de clientes y más deudas. Ella piensa que el problema es que el personal está muy relajado pero ellos tienen otra versión sobre el misterio de A Cañada: dicen que no hay organización alguna y que a Nati le faltaría ejercer más de jefa. Las culpas van pasando de unos a otros pero ninguno se aclara. Alberto Chicote tendrá que descubrir qué es lo que ocurre verdaderamente en ese “asturiano” y conseguir que Nati se enfrente a la realidad por muy dura que resulte. No será sencillo en un lugar en el que no todo es lo que parece