Arabia Saudí quiere estar a la cabeza del mundo. Sus petrodólares compran su influencia en Occidente. Estrellas del deporte, eventos internacionales, enormes infraestructuras futuristas de lujo y ahora también la compra de empresas estratégicas. ¿Puede una dictadura marcar el rumbo a las democracias occidentales que dependen de su petróleo? Su primer ministro y heredero al trono, el príncipe Mohamed bin Salman, se mueve libremente en el marco internacional. Le gustan el lujo y la fiesta. Le gusta aparentar modernidad. Pero no le gustan las voces críticas. Es implacable con los opositores. Ha retenido por la fuerza durante días a familiares y empresarios que podían hacerle sombra. Y es el principal sospechoso de ordenar el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. ¿Dónde están los límites a la hora de hacer negocios y cerrar acuerdos internacionales?