España abandona definitivamente la autarquía y se incorpora a la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE). Una delegación de este organismo visita España. De esta forma se pone fin a los principios económicos que el falangismo había marcado desde el final de la Guerra Civil y comienza una nueva etapa, la del desarrollismo, que el régimen calificará de “milagro económico español”. Mediante este proceso, que durará hasta comienzos de los años 70, España pasará a ser la décima potencia industrial del mundo.